lunes, 10 de diciembre de 2012

habito una ciudad o un campo de batalla

me cago en el eixample: La inseguridad del territorio

 

 

 

Si sobrevolamos jardines antiguos, los de Chantilly por ejemplo, nos damos cuenta de que tienen, en su conjunto, la misma importancia geográfica que una pradera en un bosque inmenso. Las alamedas, las circunvalaciones, los sistemas de riego, todavía sugieren algún trazado abierto por una tribu, un espacio restringido que ha sido ordenado y significado por una geometría social. Pareciera que alrededor en cierta medida, el hombre aún le ha dejado a la “naturaleza” la latitud de significar y legislar en su lugar. Esta última latitud tiende a desparecer totalmente a partir de mediados del siglo XVII. En esa época, hombres –que no son militares, ni arquitectos, ni ingenieros- pretenden enseñar el arte de “trazar campos y fortalezas”. Enseñan precisamente lo que por entonces se llama la castrametración –el arte de engañar por medio de trazos geométricos. No se trata aquí de un arte específicamente militar sino, tal como lo hace notar el coronel Lazard, de una suerte de reino de la geometría descriptiva, proyectada sobre la naturaleza, sobre los sitios. 

Al mismo tiempo, son distribuidos y fabricados los primeros instrumentos de medida suficientemente precisos como para establecer la situación de los lugares, el cálculo de los tiempos y de las distancias, de las altitudes, etc. Este tipo de ejercicio conoce una extraordinaria boga mundana y, poco a poco, renace en la sociedad policíaca la idea antigua: la geometría es la base necesaria para una expansión calculada del poder del Estado en el espacio y el tiempo… Inversamente, el Estado posee entonces dentro de sí una figura suficiente, ideal en la medida en que sea idealmente geométrica.

Felicidad suficiente también, ya que, según sus numerosos adeptos, en la geometría “lo verdadero y lo bello están íntimamente ligados” y, para el hombre honesto, la geometría se ha vuelto un arte, con sus satisfacciones estéticas, “la seducción de sus maravillosos encadenamientos de razonamientos”. Pero Fénelon, al oponerse a la política de Estado de Luis XIV exclama: “¡Guárdense de la hechicerías y los atractivos diabólicos de la geometría!”


Paul Virilio, La inseguridad del territorio, págs 121-126

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Llegan las cartas del nómada dorado | Cultura | EL PAÍS

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