La engañosa apariencia de saltarina facilidad que convirtió a Take fiveen el tema más célebre del cuarteto de Dave Brubeck (y en uno de los más famosos de la historia del jazz) persiguió para siempre a la figura del pianista y compositor californiano, que falleció ayer, precisamente un día antes de cumplir 92 años. Murió víctima de un paro cardíaco mientras iba camino de un hospital de Norwalk, Connecticut, para someterse a un reconocimiento, según informó Russell Gloyd, su productor durante más de tres décadas.
El apabullante éxito de la canción, compuesta en un ritmo de 5/4 por el saxofonista Paul Desmond, su compañero en el liderato del cuarteto hasta su disolución en 1967, condujo a malinterpretar a menudo a Brubeck y a su forma de comprender el jazz. La composición devino en estándar adorado por las masas, reclamado para sintonías televisivas y multitudinarios eventos deportivos, aunque visto con recelo por el sector más purista por su efectismo, cuando lo cierto es que aún hoy, con su mezcla de experimentación y comercialidad, perdura como una de las canciones más fascinantes del género.
Publicado por Columbia en 1959 dentro del disco Time out,convenientemente adornado en su portada con una pintura de aire vanguardista, ingrediente idóneo para completar la sofisticación intelectual capaz de seducir a la América previa a la revolución jipi, fue el primer álbum de jazz en alcanzar el millón de copias vendidas. También marcó la culminación de las aspiraciones del grupo que Brubeck había fundado a principios de los cincuenta junto a Desmond.
Asociada a la corriente del jazz de la costa Oeste, que vino a ofrecer desde California un contrapunto fresco y soleado a las escenas, nocturnas y fuertemente influidas por el blues, de ciudades como Nueva York y Filadelfia, la banda se hizo un nombre gracias a sus giras por las asociaciones estudiantiles de universidades de todo el país, antes de que el jazz perdiese definitivamente en favor del rock and roll su poder de influencia en la juventud.
Algunos de aquellos conciertos, recogidos en álbumes como Jazz at Oberlin o Jazz at the College of the Pacific (ambos en el sello de San Francisco Fantasy), relucen hoy como joyas para los aficionados atentos. Si bien quedaron ensombrecidas por su obra posterior, le sirvieron para convertirse en el primer músico de jazz moderno (y uno de los pocos de todos los tiempos y categorías) en ocupar en noviembre de 1954 la portada de la revista Time.
Nacido en Concord (cerca de San Francisco) en 1920 como el hijo de un ganadero y una directora de coro, interrumpió sus estudios para servir durante la II Guerra Mundial. Su acercamiento cerebral y meticuloso a la composición fue tanto herencia de sus años de estudio junto al francés Darius Milhaud como consecuencia de su inagotable afán por conocer nuevas formas rítmicas en sus giras por Japón, Europa o Asia. Como prueba de su gusto por la contaminación estilística se erige otra de sus inmortales canciones Blue Rondo à la Turk, cuya inspiración le llegó paseando por las calles de Turquía, durante uno de los viajes que emprendió la banda financiados por el Departamento de Estado, en los lejanos tiempos de la guerra fría en los que el jazz era visto como arma propagandística.
Los años a caballo entre los cincuenta y sesenta fueron tremendamente prolíficos para Brubeck y los suyos: de Ellington a West Side story, de la puerta de Brandeburgo a Walt Disney, cualquier pretexto parecía en aquel tiempo suficiente para armar un repertorio y grabar un disco en los estudios de Columbia.
El ímpetu optimista del músico se mantuvo intacto, ya sin Desmond (fallecido en 1977) y hasta el final de sus días, tanto en su faceta de compositor jazzístico como de piezas orquestales, divertimentos barrocos o cantatas. Se mantuvo activo sobre los escenarios hasta 2010. Tampoco cesaron las distinciones: Bill Clinton le concedió la Medalla de las Artes, mientras que Barack Obama lo incorporó al centro Kennedy por su aportación a la cultura estadounidense. Cuenta con una estrella en el paseo de la fama de Hollywood y el Grammy a toda una carrera.
Un documental, titulado Dave Brubeck: in his own sweet way, en homenaje a una de sus más célebres composiciones y auspiciado por la producción ejecutiva de Clint Eastwood, celebró sus logros de una vida de dedicación al jazz. Un compromiso que en cierta ocasión definió así en The New York Times: “Una de las razones por las que creo en esta música es que en ella la individualidad del hombre halla su camino a través del ritmo del corazón. Y ese latido retumba por igual en todas partes. Es lo primero que escuchas al nacer y el sonido con el que la vida te despide”.
Llegado el momento de definitivo su adiós, le sobreviven su mujer, Iola (con la que trabajó en decenas de proyectos), así como cuatro hijos músicos y una hija.
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