Selección de poemas
de Carlos Alcorta (Torrelavega [Cantabria], 1959) es poeta y crítico.
ESTAS COSAS SIEMPRE SUCEDEN DE REPENTE
No pasa nada. Ella está
en un expreso con dirección
a Barcelona, y yo aquí,
en mi mesa de trabajo, escribiendo
estos versos. Hace apenas dos horas
que se ha ido. Mañana
charlaremos por teléfono.
Sobre la tele, su espléndida sonrisa.
No pasa nada, como digo.
Y, de repente, no sé qué hacer
con tanta soledad.
en un expreso con dirección
a Barcelona, y yo aquí,
en mi mesa de trabajo, escribiendo
estos versos. Hace apenas dos horas
que se ha ido. Mañana
charlaremos por teléfono.
Sobre la tele, su espléndida sonrisa.
No pasa nada, como digo.
Y, de repente, no sé qué hacer
con tanta soledad.
SUPERVIVENCIA
Uno siempre espera
que suceda algo,
que algo bueno suceda,
algo que le dé un giro brusco,
un empujón, un bandazo
de suerte a su vida
de repente, porque sí,
en el momento más inesperado.
que suceda algo,
que algo bueno suceda,
algo que le dé un giro brusco,
un empujón, un bandazo
de suerte a su vida
de repente, porque sí,
en el momento más inesperado.
Pero no pasa nada, claro,
nunca pasa nada.
Porque uno no es más que un pobre
diablo (qué te creías, pues),
un número, una fecha,
un papel olvidado en un sótano
tétrico, traspapelado
entre millones de papeles.
nunca pasa nada.
Porque uno no es más que un pobre
diablo (qué te creías, pues),
un número, una fecha,
un papel olvidado en un sótano
tétrico, traspapelado
entre millones de papeles.
Y al final, uno, qué remedio,
acaba aceptando que es así,
asume su fracaso,
se mira en el espejo y se da risa
(o llora, pero muy bajo),
se dice que la vida…, en fin,
que no hay nada que hacer,
y ni siquiera se queja, para qué.
acaba aceptando que es así,
asume su fracaso,
se mira en el espejo y se da risa
(o llora, pero muy bajo),
se dice que la vida…, en fin,
que no hay nada que hacer,
y ni siquiera se queja, para qué.
Uno ya sólo quiere llegar
al día siguiente, sin
sobresaltos, poder ver a su
equipo por la tele el sábado, fumar
menos, dormir bien, echar
de vez en cuando un
trago, cumplir años,
seguir vivo…, sin más.
al día siguiente, sin
sobresaltos, poder ver a su
equipo por la tele el sábado, fumar
menos, dormir bien, echar
de vez en cuando un
trago, cumplir años,
seguir vivo…, sin más.
DOS EXTRAÑOS
Cruzar cuatro palabras en un bar
y percibir al instante
que nada queda
de aquella vieja historia.
Que somos dos extraños, nada más.
Dos extraños
a los que la vida puso
en una esquina
el tiempo justo para engañarse un poco,
gozar también a veces
e incluso prometerse irrealidades.
Dos extraños que esta noche se miran
con indiferencia,
o apenas si se miran.
Que tienen prisa,
ganas de despedirse,
de volver a su mundo.
Y que ya ni se molestan en fingir.
y percibir al instante
que nada queda
de aquella vieja historia.
Que somos dos extraños, nada más.
Dos extraños
a los que la vida puso
en una esquina
el tiempo justo para engañarse un poco,
gozar también a veces
e incluso prometerse irrealidades.
Dos extraños que esta noche se miran
con indiferencia,
o apenas si se miran.
Que tienen prisa,
ganas de despedirse,
de volver a su mundo.
Y que ya ni se molestan en fingir.
LA FRONTERA
Para mi madre, Juani
Era un lugar siniestro,
peligroso, un lugar
donde podía pasarte
cualquier cosa. Los trenes
iban lentos: al otro lado
estaba Francia, nada menos,
y más lejos aún, pero mucho más
lejos, Pekín. Una vez fui
con mi madre hasta Bayona.
Estaba todo limpio y quieto,
como muerto, como si no pasase
nada. Luego lo supe: ser libre
no es igual que ser feliz.
peligroso, un lugar
donde podía pasarte
cualquier cosa. Los trenes
iban lentos: al otro lado
estaba Francia, nada menos,
y más lejos aún, pero mucho más
lejos, Pekín. Una vez fui
con mi madre hasta Bayona.
Estaba todo limpio y quieto,
como muerto, como si no pasase
nada. Luego lo supe: ser libre
no es igual que ser feliz.
VISTA CANSADA
Tengo
vista cansada.
Las letras
se me emborronan
sobre la página.
Curiosamente ahora
que empiezo a ver
con tanta
claridad
tantas cosas…
Pero no hay gafas
para esto.
vista cansada.
Las letras
se me emborronan
sobre la página.
Curiosamente ahora
que empiezo a ver
con tanta
claridad
tantas cosas…
Pero no hay gafas
para esto.
LAS CIUDADES
Me gustan las ciudades, sus plazas,
sus calles, sus esquinas,
sentarme en la terraza de un bar
con un café delante
y dejar que pase el tiempo,
sin hacer nada, sin prisa,
observando esto y aquello,
y luego ir a alguna librería y revolver
un poco en los estantes,
y si hay río cruzar el puente
y repetir la misma operación al otro lado.
Me gusta estar solo entre la gente,
no ser nadie, no tener que ir a ningún sitio
pero poder ir a todos.
Me gusta la primera vez que me asomo
al espejo del baño del hotel,
ese momento de suspense,
recién llegado, cuando
no sabes si va a aparecer tu rostro
o el del último huésped, atrapado aún
en la memoria del azogue.
Me gustan los parques y los ríos
urbanos, pasear por ellos, a su lado,
especialmente en otoño.
Me gustan las ciudades, sí: andar,
mirar, vivir, enamorarme
de esa mujer del vestido rojo…
sus calles, sus esquinas,
sentarme en la terraza de un bar
con un café delante
y dejar que pase el tiempo,
sin hacer nada, sin prisa,
observando esto y aquello,
y luego ir a alguna librería y revolver
un poco en los estantes,
y si hay río cruzar el puente
y repetir la misma operación al otro lado.
Me gusta estar solo entre la gente,
no ser nadie, no tener que ir a ningún sitio
pero poder ir a todos.
Me gusta la primera vez que me asomo
al espejo del baño del hotel,
ese momento de suspense,
recién llegado, cuando
no sabes si va a aparecer tu rostro
o el del último huésped, atrapado aún
en la memoria del azogue.
Me gustan los parques y los ríos
urbanos, pasear por ellos, a su lado,
especialmente en otoño.
Me gustan las ciudades, sí: andar,
mirar, vivir, enamorarme
de esa mujer del vestido rojo…
DOMINGO, TARDE
Qué hago
mirando la lluvia
si no llueve.
mirando la lluvia
si no llueve.
UNA MAÑANA DE MIÉRCOLES
Hace una mañana gris,
opaca, triste. Estoy
en un bar, con un café, sentado
junto al cristal que da a la calle.
La música –suave, lejana, indiscernible–
acompaña sin pedirte nada
a cambio, ni siquiera que la escuches.
Cae una llovizna suave
–y un poco torcida– que hace
que algunos de los viandantes
no se la tomen muy en serio
y se resistan a abrir el paraguas.
Aquí dentro solo estamos el camarero y yo,
y ahora mismo esto es lo más cercano
a un pequeño paraíso en la tierra.
Me siento casi como en el compartimento
de un tren. Si lo fuera
yo tendría un billete
hasta la última estación.
opaca, triste. Estoy
en un bar, con un café, sentado
junto al cristal que da a la calle.
La música –suave, lejana, indiscernible–
acompaña sin pedirte nada
a cambio, ni siquiera que la escuches.
Cae una llovizna suave
–y un poco torcida– que hace
que algunos de los viandantes
no se la tomen muy en serio
y se resistan a abrir el paraguas.
Aquí dentro solo estamos el camarero y yo,
y ahora mismo esto es lo más cercano
a un pequeño paraíso en la tierra.
Me siento casi como en el compartimento
de un tren. Si lo fuera
yo tendría un billete
hasta la última estación.
Los cien mejores poemas de Karmelo C. IribarrenEdición y prólogo de José Luis Morante
Siltolá Poesía, 2018
200 páginas
15€
Siltolá Poesía, 2018
200 páginas
15€