Alba González Sanz nació en Oviedo en 1986. Es licenciada en filología hispánica, ha hecho un par de másteres en estudios feministas y en la actualidad se dedica a preparar su tesis doctoral en la Universidad de Oviedo, dentro del programa de doctorado del Cifem.
En 2010 obtuvo el XI Premio Gloria Fuertes de Poesía Joven con su libro Apuntes de espera, publicado por la editorial Torremozas ese mismo año.
Ha colaborado con poemas en diversas revistas y cuadernos como Hesperya, Bar Sobia, Ellas Dicen, Nayagua y Lúnula. Participa en las antologías La edad del óxido. Antología de jóvenes narradores asturianos (Laria, 2009) y50 maneras de ser tu amante (Puntos Suspensivos, 2010). Ha participado, como poeta, en el festival internacional de poesía Cosmopoética (Córdoba); mientras que para hablar de Hesperya ha asistido a Versátil.es (Valladolid) y a La Piedra en el Charco (Teruel).
En 2006 creó el proyecto Hesperya, cuya coordinación comparte con Héctor Gómez Navarro y Sara Torres Rodríguez de Castro. Se trata de una asociación cultural que aglutina una revista, una pequeña editorial y la gestión de actividades como el encuentro nacional de poesía joven La Ciudad en Llamas.
Colabora con el blog de reseñas La Tormenta en un Vaso y con El Cuaderno. Semanal de cultura de La Voz de Asturias; también ha publicado artículos de crítica literaria y estudios sobre poetas españolas contemporáneas, compaginando el interés teórico por la poesía actual con una dedicación académica que pasa por la literatura española del siglo XIX y las primeras décadas del XX (y cuyos resultados, poco a poco, se pueden ver aquí).
La abuelita de mentira sostuvo mis primeros balbuceos
al pie de una cocina de carbón.
Luego, en la muerte,
la viudez se resumía en esos zapatos bajos,
poco tacón,
punta redondeada y los hijos
que los miran por no observar
el féretro.
Mi madre, mi hermana y yo sentadas
seis bancos detrás, en diagonal.
Y llorábamos.
En el pueblo las querencias se distinguen de la sangre
por los bancos en la iglesia;
el derecho a dolerse
entre la estanquera y el señor del pan.
De La urbanidad del ladrón
al pie de una cocina de carbón.
Luego, en la muerte,
la viudez se resumía en esos zapatos bajos,
poco tacón,
punta redondeada y los hijos
que los miran por no observar
el féretro.
Mi madre, mi hermana y yo sentadas
seis bancos detrás, en diagonal.
Y llorábamos.
En el pueblo las querencias se distinguen de la sangre
por los bancos en la iglesia;
el derecho a dolerse
entre la estanquera y el señor del pan.
De La urbanidad del ladrón
Como si no bastase la distancia
nos herimos cordialmente
acostumbrados a los viajes de las palabras,
a su filo.
Como si a nuestras pieles no les sobrasen
las noches-soliloquio y la extrañeza
de otro sabor de amanecer.
Como si no nos conociéramos
o al contrario
supiéramos de cierto minar defensas,
nuestras vísceras en barbacoa verbal.
Porque nos echamos de menos
y el dolor crea.
nos herimos cordialmente
acostumbrados a los viajes de las palabras,
a su filo.
Como si a nuestras pieles no les sobrasen
las noches-soliloquio y la extrañeza
de otro sabor de amanecer.
Como si no nos conociéramos
o al contrario
supiéramos de cierto minar defensas,
nuestras vísceras en barbacoa verbal.
Porque nos echamos de menos
y el dolor crea.
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